Ayer miraba el Intermedio, cuando el presentador inició una serie de críticas en clave de humor respecto del problema del hambre en el mundo.
Estuve pensando un rato y llegué a una triste conclusión: no soy capaz de asimilarlo.
Vivo en un mundo donde a los niños se les tiene que obligar a comer, no mueren de hambre. Un mundo en el que los supermercados están abastecidos de productos de primera, segunda, tercera necesidad, no hay carencia de alimentos. Es un mundo donde los pobres pueden ir a un asistente social para que les den tikets de comedor y comer cada día, nadie se mata por una barra de pan del estado.
El mundo es muy pequeño, y Somalia está aquí al lado, pero a la vez está tan lejos, que no puedo alcanzar a comprender la importancia de la situación. Mejor dicho, comprendo la importancia de la situación pero me es muy difícil asimilar lo que quier decir la palabra HAMBRE.
Vivo de espaldas a ello, supongo que para ser un poco feliz y no sentirme una absoluta mierda en mitad de un mundo de locos, en que los gobiernos dan ayudas a los bancos porque, pobrecitos, están inmersos en una crisis financiera, pero no ayudan al vecino de al lado que no tiene para comer decentemente. Sí, ya sé que Sarkozy ha aumentado el dinero destinado a detener el hambre en el mundo, pero ese dinero no servirá de mucho si seguimos con el nivel de consumo actual.
En fin, querría arreglar el mundo, pero soy sólo un charlatán que en cuanto apague mi ordenador, subiré a mi moto (que Dios me libre de que los combustibles se extingan) e iré a mi casita a maldecir a todos los santos por tener que decidir "qué narices hago yo para cenar". Esto mío sí que es un problema. Se llama estupidez supina, señores.