martes, 25 de enero de 2011

Competitividad

Varios años después de acabar la universidad, me decidí para estudiar idiomas. En primer curso, como es habitual en mí, no hice amigos y me relacionaba sólo con una chica que finalizó el curso sin saber leer.
En segundo, me uní al grupo de los que estudiaron conmigo primero. Ellos sí que tenían un buen nivel. Me sentaba al lado de un chico que me ayudó muchísimo, me animaba a hablar, quedábamos juntos para estudiar, etc.
En tercero, mi amigo se fue, pero el grupo de colegas nos ayudábamos unos a otros. Cuando alguien descubría un programa informático, o había conseguido un libro, o sabía las preguntas de un examen, lo compartía con los demás.
Este año mi grupo de amigos se quedó atrás. El nivel de la clase es mucho más alto, y la gente tiene una habilidad de conversación, que tira para atrás. Pero el nivel humano es muchísimo más bajo.
La chica que se sienta a mi lado, consiguió un examen muchos días antes de su celebración, pero no me lo pasó hasta dos o tres minutos antes de que nos tuviéramos que enfrentar a él.
La chica que se sienta a mi otro lado es la única que mantiene el espíritu de compañerismo de los años anteriores, así que decidimos hacer juntas el examen de conversación. Unos dos o tres días antes hablé con un chico- al que a penas conocía- de la clase y le dije "L y yo haremos el examen juntas, porque nuestro nivel, comparado con el resto, es bastante limitadito".
En la siguiente clase, L me dijo "aquel chico me ha pedido que seamos su pareja en el examen de conversación".
Evidentemente, él tenía un nivel más que alto. Habló cuanto quiso, y como le dio la gana, mientras L y yo mirábamos su conversación con la profesora, quien acabó el examen diciéndonos "chicas, si no habláis, no os puedo corregir".
Este chico llegó el lunes alardeando de que había ganado el primer premio de oratoria nacional del idioma que estudiamos.
Y la última anécdota es de N y J. Siempre están junto, hablan todo el tiempo, se van juntos a tomar algo, siempre conectados por el iPhone, etc. Pues el otro día me dice J "nunca más hago un examen oral con N, porque no me dejaba acabar las frases" hasta aquí, todo normal. Pero la puntilla final, me dejó alucinada: "pues mira, yo saqué un 8,8 y él sólo un 8". No dijo "que se joda" pero, evidentemente, venía implícito.
Y se supone que estudiamos esto porque nos gusta. No existe un número de aprobados limitado. Nadie compite con nadie. O al menos, eso es lo que pensaba yo.

lunes, 3 de enero de 2011

Grupos y grupúsculos

En cada grupo existen las bromas internas, los chistes que nadie más entiende, lo que sólo hace gracia a los que integran el grupo, las críticas que sólo algunos captan, etc. pero cuando esas bromas transgreden más allá del grupo, es cuando te sientes miembro de una "comunidad".

Así, si eres asiduo a los ADV y sucedáneos, puedes entender comentarios sobre el látigo-cepa, sonreír al oír hablar de la pareja del FNAC, etc. Y todo eso hace que te sientas parte de algo más grande, y esa es la idea de la comunidad.

Por eso, aquellos adictos al APM? sueltan frases que encajan según la situación, que por sí solas no tienen gracia (Ej. Le damos un aplauso y dejamos que se vaya) pero que nos hacen reír una y otra vez. La comunidad es más grande, porque la mayoría de catalanes de mi edad ven o han visto el APM, o bien conocen las frases más comunes.

Por último está la comunidad a nivel estatal, que se puede sentir unida por la frase de un anuncio (Hola, soy Curro, Feliz Navidad!), de un representante (Por qué no te callas?) o de un programa de televisión (la que está liando Zapatero). O incluso la comunidad mundial (que la chupen, que la sigan chupando) de los hispanohablantes, o de todo el mundo entero (yes, we can).

Conocer la frase, entender lo que significa, saber lo que representa e identificarse con su nacimiento y popularidad nos hace sentir parte de algo. Porque, ¿quién no se acuerda de "la Sole"?